sábado, 5 de noviembre de 2016

生きる (1952)

El título se lee "Ikiru". Aquí la titulamos "Vivir".

Un funcionario del gobierno descubre que tiene cáncer de estómago y abandona su puesto de trabajo, coge 50.000 yenes de sus ahorros y desaparece sin decir nada a su familia quienes no están enterados de su enfermedad. Tras varios días sin saber qué hacer decide volver a su puesto de trabajo y hacer que se complete un parque para unos niños.

Está inspirada en parte en el libro "La muerte de Iván Ilich" de Leo Tolstoy.

Un hombre que se dedicaba a matar el tiempo en vez de vivir la vida. Así es como describen al protagonista, de forma muy acertada diría yo. Un hombre que perdió a su esposa, cuyo hijo vive con él porque no tiene donde caerse muerto y que su única función en la vida es seguir en su puesto de trabajo.

La burocracia es algo tedioso y terrible cuando se necesita acudir a ella para que solucionen algún problema, por pequeño que sea. Aquí hacen buena gala de ello mandando a un grupo de mujeres de subsección a subsección sin que nadie les ayude con su problema de aguas empantanadas que generan mosquitos.

Yo y los médicos últimamente no nos llevamos demasiado bien, pero bueno eso es por varias malas experiencias y quizás no sea la persona más adecuada para criticarlos, de hecho procuro evitarlos al máximo. En esta película hay una escena en que dos están esperando a ser atendidos y uno empieza a describirle al otro una serie de síntomas muy desagradables, es un motivo más para no ir, las probabilidades de encontrarte con alguien con ganas de contarte sus dolencias (o su vida) son altas y eso de perder el tiempo, aunque no tenga nada que hacer, no es de mi agrado precisamente.

Cuando Kanji Watanabe (Takashi Shimura) estaba ensayando la letra de "Gondola no Uta" (ゴンドラの唄) Kurosawa le indicó que la cantase como si fuese un extraño en un mundo donde nadie cree que existes. La canción en sí fue escrita en 1915, la letra trata sobre una mujer y cómo encontrar el amor cuando su tiempo se ha terminado.

La parte del funeral en la que el politicucho de turno se pone las medallas cuando él no hizo absolutamente nada y encima le quita méritos al protagonista es deleznable como mínimo. Pero vamos, es una realidad muy bien retratada.

Me encanta como la parte final de la historia es narrada por quienes participaron en ella. Y también como especulan sobre las causas que motivaron al protagonista a cambiar desechando lo del cáncer porque salvo a un escritor que conoció en un tugurio nadie más lo sabía, ni siquiera su hijo.

Al final ha resultado ser una historia muy real en la que el único motivo para hacer las cosas bien es que el protagonista sabía que se acercaba la hora de su muerte. El resto simplemente se dedican a hacer lo mínimo posible, muriendo un poco más cada día.

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